lunes, 16 de febrero de 2015

Nos vamos a separar


Hay un momento en el transcurso de una relación en el que te das cuenta de que todo ha terminado y por delante sólo queda pesar y melancolía, una agonía más o menos larga, más o menos desgarradora. Resulta un instante extremadamente lúcido y a la vez, precisamente por ello, extremadamente doloroso. A partir de entonces, la historia puede durar cinco minutos o incluso varios años, dependiendo del autoengaño y el miedo de cada cual (hay quien aguanta toda la vida; pocas cosas hay más jodidas que el vértigo a la soledad), pero desde ese instante eres consciente de que se acabó, sabes que la relación está muerta y que el punto final es sólo una formalidad dolorosa.

No tiene por qué tratarse de una situación violenta, con gritos, portazos y vajillas rotas. Al contrario: normalmente es peor lo otro, la certeza serena del fin, ese convencimiento de que lo mejor es dejar de hacerse daño lentamente, poner el broche a una historia moribunda, aceptar que, por más que nos destroce por dentro, la historia terminó. Es más duro así, porque ni siquiera existe rencor al que poder agarrarse como coartada para seguir adelante, para forzarte a olvidar; sólo la incómoda sensación de que nada va como debería, de que, en algún momento determinado, o acaso durante una sucesión de pequeños momentos, todo se torció.

«Yo ya no sé si me estoy equivocando, estoy cansado
Ya me dirás qué sentido tiene hacernos daño
Pienso que es lo mejor»



Y cuando llega el momento del final, en vez de recordar los momentos vividos, felices o desdichados, nuestra mente se ve arrasada por las cosas que nunca hicimos, por todos esos planes aplazados para un mejor momento, convencidos de que ya habría tiempo, seguros de que todos los sueños compartidos se cumplirían tarde o temprano. Ya nunca haremos ese viaje soñado, ya no pasearemos de la mano por ciudades desconocidas, ya no veremos aquella película de la que te hable, ni iremos juntos a un concierto de nuestro grupo favorito. Y ese nombre que acordamos, medio en broma (¿medio en broma?), en aquella noche interminable de confidencias y sueños en voz alta, habrá que guardarlo en un cajón para siempre.

«We didn't ache enough, spent our days not getting up
And now I sing a hymn for all the things we didn't do»



La melancolía nos atrapa por momentos y es inevitable que aparezca la tentación de dar marcha atrás, de forzar una prórroga a ver si esta vez sí, a ver si aún estamos a tiempo de recuperar las sensaciones que un día nos hicieron tan felices. La nostalgia nos tiende zancadillas en el camino y, durante un instante, nos dejamos seducir por ella. Pero es una pérdida de tiempo. Por más que nos esforcemos, nada es ya como entonces.

«I'll try hard, I'll try always,

but it's a waste of time
It's a waste of time if I can't smile easily
Like in the beginning»



Duelen los recuerdos, pero lo hace casi más el pensar que algún día se desvanecerán, la certeza de que lo que hoy sentimos tan intensamente apenas será una vaga reminiscencia dentro de un tiempo. Saber que algún día haremos con otra persona (y, sobre todo, saber que ella hará) cosas parecidas, ser conscientes de que algún día diremos a otra (y, sobre todo, ser conscientes de que ella dirá) frases similares, intuir que volveremos a sentir (y, sobre todo, que ella volverá a sentir) los mismos nervios, el mismo vuelco en el corazón. Ahora nos parece imposible que este dolor desaparezca, que esta opresión en la boca del estómago un día se disipe y se transforme en un vago malestar y, finalmente, en nada. Cuesta aceptar que los sentimientos que un día fueron tan fuertes (que aún lo son) quedarán reducidos a un recuerdo lejano. Pero así funciona esto. Gracias a Dios.

«Cuando pase el tiempo conocerás a alguien más 
y me olvidarás, y es que es lo normal
Aunque nos dé rabia siempre ocurre igual 
y nos esforzarnos en disimular»


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