miércoles, 5 de junio de 2013

No infravaloren a Gattuso


Al término de un partido de la selección italiana en el Mundial 2006, un periodista le comentó a Gennaro Gattuso que había sido el mejor futbolista sobre el césped. “Por favor, no empecemos insultando al fútbol” fue la respuesta del futbolista calabrés. La principal cualidad de Gattuso era precisamente esa, ser consciente de sus limitaciones e incluso tomárselas con humor: tituló su autobiografía ‘Si uno nace cuadrado, no muere redondo’.

Hay jugadores que se empeñan en demostrar su calidad y acaban pareciendo mucho peores de lo que en realidad son. Cada vez que Iván Campo, en sus días de madridista, intentaba salir desde el área con el balón jugado, sonaba un murmullo nervioso en el Bernabéu. Él intentaba sobreponerse y demostrar de qué era capaz, pero lo malo es que precisamente terminaba demostrando de qué era capaz. Es lo mismo que le pasa a ese adolescente que llega a casa borracho y se encuentra a sus padres aún levantados. En lugar de correr a encerrarse en su cuarto sin mediar palabra, intenta hacer ver que apenas va ligeramente achispado (“yo controlo”, cuántos dramas no habrá causado esta escueta frase) y apenas acierta a balbucear unas palabras antes de que su padre lo mande a la cama, emplazándolo a una charla para el día siguiente.

Gattuso es tan listo que prefirió siempre hacerse el tonto, un poco a la manera de Esperanza Aguirre, que para cuando descubrimos que no era la lela inocente que contestaba a Pablo Carbonell en el CQC, ya era demasiado tarde. Al centrocampista italiano nadie se lo tomaba muy en serio (era feo, tenía los pies cuadrados y era paleto, incluso presumía de ello), pero antes de darnos cuenta se había convertido en fundamental en la conquista de dos Champions con el Milan y un Mundial con la selección italiana. Rodeado siempre de bellos cisnes (Pirlo, Seedorf, Rui Costa, Kaká en el Milan; Totti, Del Piero, De Rossi y el mismo Pirlo en la selección), la brega del patito feo Gattuso resultaba imprescindible.

Gennaro Gattuso no era un prodigio técnico, pero tenía bien estudiado el análisis DAFO de sí mismo. Conocía sus fortalezas y debilidades, sabía para qué estaba dotado y para qué no; y eso también requiere un talento especial. Gattuso es el ejemplo de que con esfuerzo y siendo consciente de tus limitaciones se puede llegar alto. Y si te toman por tonto, casi mejor.

El verano pasado recaló en el Sion francés, después de despedirse del Milan, el equipo de su vida, y de superar un problema en la visión que lo tuvo parado durante media temporada. En enero, tras el despido de Víctor Muñoz, se convirtió en el entrenador del equipo francés. Ahora Gattuso vuelve a Italia. La temporada que viene ocupará el banquillo del Palermo, club recién descendido a la Serie B y presidido por Maurizio Zamparini, un personaje pintoresco con el gatillo fácil: 43 entrenadores en 25 años, cuatro despidos en la última temporada. Ríanse del Gil y Gil de los buenos tiempos.

Tarea de Gattuso será que las camisetas rosas vuelvan a jugar en la Serie A dentro de un año. Los ingredientes no parecen los más adecuados para que el potaje salga bien: un entrenador bisoño, con apenas unos cuantos partidos al frente de un equipo profesional; un presidente que colecciona entrenadores destituidos como si fueran cromos, y un equipo acuciado por la necesidad del ascenso. Pero quién sabe, sería un error volver a infravalorar a Gattuso. Esperanza llegó a la Comunidad de Madrid de rebote, gracias al Tamayazo, y ya saben.

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