jueves, 9 de mayo de 2013

Marcelo y las cañas de después


Marcelo tuvo la mala suerte de lesionarse a mediados de octubre, cuando la temporada apenas arrancaba y el Madrid aún no se había descolgado del Barcelona en esta nuestra pugna liguera de cada año. Se rompió un dedo del pie en un entrenamiento con la selección de Brasil y tuvo que pasar por el quirófano. Tres meses, decían.

Cumpliendo los plazos, volvió a mediados de enero, en el enfrentamiento copero contra el Valencia en el Bernabéu. Yo, que vi ese partido en el bar, advertí algo raro en la tele desde el principio. No era normal que Marcelo pareciera estar en 16:9 mientras el resto de jugadores aparecían en 4:3. Y no era sólo eso: también se movía algo ralentizado.

Pero el problema no era del televisor, ni de la señal. El ensanchamiento de Marcelo era culpa del propio brasileño y, supongo, del maldito espíritu opíparo de la Navidad. No pude evitar empatizar instantáneamente con el lateral madridista. Cómo no hacerlo si a mí mismo me había sorprendido la cuesta de enero aflojando un agujero más del cinturón. Necesitamos un plan, le dije mentalmente a Marcelo. La primavera se acerca y a ambos nos conviene recuperar nuestra mejor forma. Creí advertir que su rostro apaisado asentía desde el otro lado de la pantalla.

Casi cuatro meses después, mi cinturón se resiste a recuperar su talla sin cortarme la respiración. Ayer salí a hacer unos kilómetros en bici, pero sólo para que las cañas de después me supieran mejor, sin cargo de conciencia (qué incomprensible resulta el deporte sin la existencia de unas “cañas de después”). Empiezo a pensar que ya para qué, que no merece la pena, que qué más dará un agujero más que menos, que ya si eso para el año que viene. Creo que Marcelo hace tiempo que piensa igual.

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