domingo, 11 de noviembre de 2012

La Quinta del Buitre

Todo empezó con un artículo de Julio César Iglesias en el diario El País. En dicho texto, publicado el 14 de noviembre de 1983 bajo el titular Amancio y la Quinta del Buitre, Iglesias hablaba de una generación de jugadores que maravillaban en el Castilla líder de Segunda División, entrenado entonces por Amancio Amaro. Esos futbolistas eran Miguel Pardeza, Emilio Butragueño, Rafael Martín Vázquez, Manolo Sanchís (hijo del defensa del Real Madrid ye-ye que ganó la Copa de Europa en 1966) y Miguel González del Campo, Michel. El título del artículo, que hacía mención a la Quinta del Buitre, tenía varias lecturas. Por un lado, la palabra quinta tenía un obvio significado generacional. Por otro, aludía a la quinta marcha de uno de esos jugadores, aquel apodado El Buitre (de ahí el nombre que inventó Julio César para bautizar a ese grupo de futbolistas). Ese jugador especial, como cualquiera que esté leyendo estas líneas ya sabe, no era otro que Emilio Butragueño.
Quinta

Dedicarle una página de un diario de información general a un grupo de jugadores de Segunda División, por mucho que jugaran en el líder de la categoría, filial de todo un Real Madrid, resultaba bastante sorprendente. Sin embargo, no tardó mucho el tiempo en demostrar el buen ojo del periodista. En la parte final del artículo, Iglesias conminaba amablemente a Alfredo Di Stefano, entrenador entonces del primer equipo del Real Madrid, a que convocara sin tardanza a esos jóvenes jugadores con el primer equipo. Apenas 20 días después de publicada la ya célebre pieza periodística, dos de los jugadores citados aparecían en una convocatoria de Di Stefano. El 4 de diciembre, en el estadio de La Condomina, debutaban Martín Vázquez y Sanchís. El Madrid venció al Murcia por 0-1 y Sanchís fue el autor el tanto de la victoria.
Unos días más tarde era Pardeza quien se estrenaba con el primer equipo. El 5 de febrero de 1984, Butragueño jugaba en Cádiz su primer partido, sustituyendo a Santillana en el descanso, cuando el equipo perdía 2-0. 45 minutos después, el Madrid salía del Carranza con una victoria por 2-3, después de que Butragueño marcara dos goles y diera el pase del último. Había nacido una estrella. El último de los integrantes, Míchel, tuvo que esperar hasta el inicio la temporada 1984/85, ya con Amancio en el banquillo del primer equipo, para debutar.

Cinco jugadores diferentes y complementarios
La Quinta del Buitre supuso un soplo de aire fresco para un Real Madrid que llevaba años sin el brillo de sus mejores años. A pesar de que el Madrid de los Garcías había jugado la final de la Copa de Europa contra el Liverpool en 1981, aquel equipo de los primeros ochenta, que perdía ligas contra los dos colosos vascos, no andaba sobrado de talento. La aparición de este grupo de chavales intrépidos, talentosos y desacomplejados fue una bendición para el club blanco y, por ende, para el fútbol español.
Con el mínimo común denominador del talento, los cinco chicos de la Quinta eran bastante diferentes entre sí. Sus posiciones en el campo cubrían prácticamente todo el rectángulo de juego, lo cual los hacía complementarios. Sanchís era un centrocampista de pulcra conducción, siempre con la cabeza arriba, que pronto retrasó su posición al centro de la defensa, donde su inteligencia, su colocación y su elegante salida de balón le convirtieron en fijo en el once madridista durante más de tres lustros. Míchel podía jugar en la derecha o en el centro, pero era en la banda donde sus centros precisos se convertían en letales. Butragueño era la chispa y la magia, el tiempo detenido dentro del área ante la impotencia del defensa, los dibujos animados antes de Romario. De Martín Vázquez se decía que era el más técnico de la camada. Dominaba las dos piernas, se asociaba con facilidad, tenía buen disparo y se movía con soltura por toda la medular. Pardeza era un compendio de potencia y habilidad. El onubense fue el primero en abandonar el club en 1987 rumbo a Zaragoza, en busca de minutos. “No puedo luchar contra un mito” fueron sus palabras de despedida. El mito, claro, era Emilio Butragueño.
El miedo escénico y las remontadas históricas
El 12 de diciembre de 1984, el Madrid recibía en el Santiago Bernabéu al Anderlecht en el partido de vuelta de octavos de final de la Copa de la UEFA. Era la primera temporada con la Quinta al completo asentada en el primer equipo. El resultado en el partido de ida (3-0 a favor de los belgas) invitaba poco al optimismo entre los blancos. Sin embargo, un equipo poseído de una febril actividad ofensiva desde el primer minuto, empujado por un público entregado, consiguió lo impensable. A la media hora de partido, los goles de Sanchís, Butragueño y Valdano ya habían enjugado la diferencia. Poco después, el tanto de Hansen volvía a dar vida a los belgas, pero el Madrid estaba aquella noche imparable, como en trance. Otro gol de Valdano y otros dos de Butragueño, coronado aquella noche como crack del fútbol europeo, sellaron un partido que pareció una alucinación.
Fue entonces cuando Jorge Valdano acuñó el término “miedo escénico” para referirse a la mezcla de respeto, parálisis y angustia que sentían los equipos rivales al pisar el Bernabéu en las grandes noches, con el estadio entero empujando y once camisetas blancas avasallando a su contrincante. La comunión entre público y equipo era tal que cualquier cosa parecía posible. Cualquier remontada estaba al alcance en aquellas noches. Cualquier resultado adverso en campo contrario era superable.
La del Anderlecht fue la primera de muchas remontadas europeas que el Madrid logró en aquellos años. En las semifinales de aquella misma Copa de la UEFA 1984/85 superó un 2-0 encajado en el Giuseppe Meazza contra el Inter de Milan, venciendo en la vuelta por 3-0.
Tras superar al Inter, el Madrid venció al Videoton húngaro en la final, logrando su primera Copa de la UEFA, un título importante porque significaba romper varios años de sequía. El pistoletazo de salida de una etapa de éxitos para el Real Madrid, en la que aquellos imberbes que Julio César Iglesias había sacado a la luz en su célebre texto serían los principales protagonistas.
UEFA
Las remonatadas no acabaron con la temporada 1984/85. Al año siguiente, también en Copa de la UEFA, el equipo levantó un 5-1 contra el Borussia Monchengladbad, venciendo en Madrid por 4-0. En semifinales, de nuevo el Inter. 3-1 en Milan y nueva hazaña en el Bernabéu. 3-1 al cabo de los 90 minutos y 5-1 al fin de una prórroga extasiante. El Colonia fue la víctima en la final que dio la segunda Copa de Europa en la historia del club. Ya en Copa de Europa, en la temporada 1985/86, el Estrella Roja fue víctima de una nueva remontada, al comprobar como el 4-2 de Belgrado era insuficiente en el Bernabéu, donde los goles de Butragueño y Míchel dieron el pase al Madrid.
La Quinta de los Machos
En 1985 Ramón Mendoza accedía a la presidencia del Real Madrid, sustituyendo a Luis de Carlos. Con él llegaron tres jugadores para complementar a la Quinta. Antonio MacedaHugo Sánchez y Rafael Gordillo serían futbolistas clave durante el siguiente lustro blanco. “La Quinta del Buitre es importante, pero en el Madrid ha habido y hay otras quintas, como la Quinta de los Machos, que formamos Mendoza, Maceda, Gordillo, Fernando Mata, el preparador físico, y yo”. La declaraciones de Hugo Sánchez al diario ABC en 1991 sonaban a fanfarronada, pero encerraban una indiscutible certeza: la Quinta del Buitre no habría sido lo que fue sin todo lo que la rodeó.
Hugo
Los tres fichajes de Mendoza se unieron a la Quinta, unos cuantos veteranos (Santillana, San José, Juanito, Camacho), Valdano como segundo extranjero (luego llegarían Jankovic y Schuster) y algún otro canterano (Gallego, Chendo -al que generacionalmente casi se le podría considerar el sexto miembro de la Quinta-, Salguero, Solana) para formar un equipo que devolvió al Madrid la hegemonía en España. Futbolistas como Buyo, Tendillo o Paco Llorente llegarían en los años sucesivos para apuntalar un ya de por sí extraordinario plantel.

La espina clavada
El Madrid ganaba una Liga tras otra durante la segunda mitad de los 80. La primera en 1986, con Luis Molowny en el banquillo. Las de 1987, 1988 y 1989 llevarían la firma de Leo BeenhakkerJohn Benjamin Toshack dirigió al equipo en la última Liga, la de 1990, en la que el equipo batió récords de puntos y goles. El club volvía a ser el gran dominador del fútbol español y había vuelto a la élite continental, pero aún quedaba un detalle para quedar refrendado como un equipo de época. La Copa de Europa, el torneo que había dominado el club blanco durante las primeras ediciones, se había resistido durante las últimas dos décadas. Ya era hora de volver a hacer historia.
Quinta2
En 1987 el Bayern de Munich de Pfaff y Matthaus se cruzó en semifinales. Un equipo serio y potente que no dio opción en la ida, imponiéndose por 4-1 en el Olímpico de Munich. Por una vez, la remontada en el Bernabéu no fue posible.
El camino del Real Madrid en la Copa de Europa 1987/88 parecía conducir inevitablemente al título. El Nápoles de Maradona, Giordano y Careca fue la víctima en dieciseisavos de final. En octavos y cuartos cayeron Oporto y Bayern, los dos finalistas de la temporada anterior. El sorteo se empeñaba en colocar a los rivales más incómodos en el camino del Madrid y éste se los iba quitando de encima con soltura. Superados tres gigantes, el camino hacia la final parecía expedito. El PSV de Eindhoven no debía ser rival en semifinales.
Sin embargo, los holandeses arañaron un valioso empate a uno en la ida jugada en el Bernabéu, en un partido espeso de los madridistas. En Eindhoven, el Madrid dominó insistentemente pero, atenazado por los nervios, se mostró incapaz de crear las ocasiones necesarias para resolver la eliminatoria. El 0-0 otorgaba el pase a la final al PSV de Guus Hiddink, que se había defendido con uñas y dientes. El Real Madrid había desaprovechado una oportunidad de oro, pero en el ambiente flotaba la impresión de que habría más.
Impresión equivocada. Al año siguiente, la irrupción del arrollador Milan de Arrigo Sacchi barrió al equipo blanco. El 5-0 en San Siro fue el principio del fin de la Quinta. Tuvieron que pasar diez años para que el Madrid rompiera la maldición y volviera a ganar una Copa de Europa, con el gol de Mijatovic a la Juventus en Amsterdam. Manolo Sanchís, último representante de la Quinta del Buitre, jugó aquel partido como titular en el centro de la defensa. Él, como capitán fue el encargado de levantar la Copa. Al alzar el trofeo, Sanchís tuvo un recuerdo para sus compañeros de generación. Puede que en ese momento pasaran por su mente las remontadas, las cinco Ligas, la aciaga noche de Eindhoven, quizás se acordó de todos los compañeros que se retiraron sin abrazar el trofeo que él agarraba en ese momento. De alguna manera, la Quinta podía descansar tranquila al fin: uno de los suyos lo había logrado.
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Publicado originalmente en El último partido de George Best de Libro de Notas.

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