viernes, 5 de octubre de 2012

Madrid y Barça, drogas duras


Que el fútbol es el nuevo opio del pueblo es algo que ya estamos acostumbrados a escuchar. Una droga para alienar a la población, para adormecerla y tenerla entretenida con el fin de que no piensen en cosas más importantes. Para que olviden su miseria diaria, canalicen su rabia y se desgañiten en los estadios para que no les quede voz que alzar fuera de ellos. Eso nos dicen. Pero dejando de lado este tipo de disquisiciones y dándole una vuelta de tuerca al concepto estupefaciente del fútbol, podríamos contemplar a Madrid y Barcelona, los dos equipos más seguidos, amados, odiados y escrutados de este país y puede que del planeta, como dos drogas a cual más dura. Dos drogas muy diferentes, cada una con sus características, sus efectos y sus consecuencias.

Vértigo, excitación, aceleración, tensión. Palabras que suelen usar los cronistas para referirse al juego del Real Madrid. Los de Mourinho viven el partido en un subidón permanente, sin darse apenas un respiro, sin concesiones al sosiego. Las propiedades de su oponente son muy diferentes. El Barça narcotiza el balón, su juego es relajante y agradable. Si el Madrid se gusta en el desenfreno, el Barça busca la tranquilidad y la armonía. Los blancos apelan a la euforia continua y los blaugranas a la calma. El Madrid, por paradójico que resulte, juega a rayas; el Barça, a chutes.

Ambas drogas, sin embargo, poseen peligrosos efectos secundarios. El tranquilizador bienestar que proporcionan los narcóticos resulta engañoso a largo plazo en caso de abuso. Uno corre el riesgo de terminar encerrado en su pequeño mundo y desdeñar lo que ocurre en el exterior. El placer inicial se puede transformar en desidia y amodorramiento. Con el tiempo deja uno de drogarse para disfrutar y termina viviendo para drogarse. Confunde el medio con el fin. Y acaba desdibujado, irreconocible. El problema de los excitantes es diferente. El exceso te puede hacer perder el control. Vivir en ese estado de permanente agitación no ayuda a mantenerse sereno, a conservar la calma en situaciones que así lo requieren. De la excitación al desquiciamiento hay a menudo un paso demasiado pequeño. Además, la resaca es horrible. El bajón que se experimenta es proporcional al subidón, pero multiplicado. Cuando los efectos euforizantes terminan sólo queda soledad, vacío y depresión (“no olvides que al despertar siempre hay cuchillos en el cajón”, entonaba Nacho Vegas en ese canto de amor y odio hacia la cocaína disfrazado de rutinaria historia de amor que es Blanca). Si no lo creéis preguntad en Milán a cualquiera que vista camiseta azul y negra. Ellos os dirán.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Efectos secundarios al poder!!!

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