miércoles, 30 de junio de 2010

Quién te ha visto y quién te ve (selecciones irreconocibles)

A la selección española durante décadas se la acusó, con razón, de carencia de estilo. Mientras la mayoría de selecciones de la élite mundial se sabía a lo que jugaban, España dependía siempre del capricho del entrenador de turno. No había un sello reconocible, una identidad más allá de la estupidez demagógica de la furia, una palabra tan recurrente como vacía. Esto cambió en la pasada Eurocopa. En realidad, un poco antes, en el momento en que a Luis Aragonés, no se sabe muy bien si por convencimiento, por casualidad o por obligación, le dio por utilizar un centro del campo lleno de jugadores imaginativos y talentosos. El resto es conocido: la selección fue creciendo alrededor de esa idea -el toque, la paciencia, la mezcla de pausa y vértigo- y se coronó en Viena con un estilo, por fin, perfectamente definido y admirado en todo el mundo. Aunque algunos reprochen a Del Bosque la traición a esa idea, sería injusto atribuirle tal culpa. El técnico salmantino ha buscado diferentes variantes pero ha conservado la idea original, el estilo reconocible: crecer alrededor del balón.


Ahora que España ha encontrado por fin su estilo muchas de las selecciones que tradicionalmente tenían el suyo lo están perdiendo. El ejemplo más claro es Brasil, una selección que desde los tiempos de Pelé, Garrincha, Jairzinho y Tostao se ha identificado con el juego rápido y alegre, con cierta tendencia al barroquismo y mucho más preocupado por la puerta contraria que por la propia. El actual Brasil de Dunga es un espejo de lo que era su entrenador en el campo: serio, fiable, duro, rocoso, difícilmente superable pero sin la alegría y la chispa que hicieron famosos a los brasileños. En realidad todo empezó hace ya más de tres lustros, cuando Parreira, harto de los sucesivos fracasos en los Mundiales, optó en el Mundial de Estados Unidos por acumular medios defensivos: Maruo Silva, Mazinho y, precisamente, Dunga. El planteamiento tuvo éxito y caló en Brasil la idea de que ese era el camino a seguir para dejar de ser campeones morales perpetuos. Desde entonces Brasil no ha vuelto a jugar como en el 82, aquel maravilloso equipo con Sócrates, Zico y compañía, pero ha ganado dos Copas del Mundo y jugado una final. Dunga no ha hecho más que ahondar en la propuesta.

Inglaterra es el otro ejemplo patente de selección que ha traicionado su estilo. El juego de los ingleses siempre ha sido directo y atrevido, poco elaborado pero también poco especulativo. El problema es que, hartos de no ganar nada desde 1966, los inventores del fútbol ya no saben qué probar. Últimamente les ha dado por intentarlo a la italiana, primero con Sven-Göran Eriksson, sueco italianizado, después con Fabio Capello, italiano de pura cepa. El resultado en este Mundial señala que el catenaccio tampoco parece ser la solución.

Aunque Inglaterra y Brasil son los ejemplos más llamativos, no son las únicas selecciones que han traicionado su libro de estilo. Holanda, desde que descubriera en los 70 el fútbol total, ha jugado un fútbol de toque rápido, con la irrenunciable propuesta de dos extremos abiertos; un estilo que se ha perpetuado en el Ajax y desde finales de los 80 ha implantado el Barça. Ahora Holanda juega con doble pivote, sin extremos y en lugar de amasar la pelota busca las transiciones rápidas. Lo de Portugal es similar a lo de Brasil. Aunque los lusos no llevan tan marcado en su ADN el jogo bonito, si ha sido siempre un conjunto, desde Eusebio hasta Figo y Rui Costa, identificado con el fútbol vistoso. Ahora Queiroz prefiere blindar al equipo con tres mediocentros defensivos.

Diferente es el caso de Alemania. Joaquim Löw, como antes Klinsmann, intenta combinar la habitual fortaleza alemana con una mayor elaboración para aprovechar el talento de las emergentes estrellas germanas. El problema es que la defensa, habitual punto fuerte, deja bastante que desear. Lo de Francia es imposible de analizar. El desbarajuste producido por Domenech hacía complicado saber a lo que jugaba. Blanc supondrá, sin duda, un soplo de aire fresco y quizá, con Gourcuff, Nasri y compañía, una vuelta a la Francia de Platini, Giresse y Tigana.

Hay otras selecciones que siguen a lo suyo. Italia, por ejemplo. Siempre juega igual de feo pero antes ganaba y ahora no. La diferencia, aparte de las necesarias dosis de suerte, es el talento. Nunca ha estado Italia tan corta de talento tanto defensiva -no hay un Maldini, un Baresi- como ofensivamente -no hay un Totti, un Baggio, un Del Piero-.

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